YVAN IN THE DARKROOM: Veneración de pies
de
Noticias Recon
01 noviembre 2019
Yvan, alias QueerYvan, es historiador de la sexualidad. De forma periódica comparte algunos de sus encuentros sexuales favoritos (con todo lujo de detalles), además de educarnos sobre la historia del fetichismo de manera ocasional:
Es una noche cálida después de un día caluroso. Camino a su hotel a través de las calles de Marsella, una ciudad que no conozco. Mi calle favorita de momento es la rue de Coq, y el sol casi ya se ha puesto, la luz es dorada y todo brilla. Unos tíos super potentes están en la calle y aparecen enmarcados en la puerta. Me miran porque soy nuevo, y me gusta el hecho de que no sepan quién soy aún. Nadie me conoce aquí; él va a ser el primero.
Llego; se desnuda. Le digo que se arrodille delante de mí, y que cierre sus ojos. Me gusta mirarle a la cara sin que me vea. Aún no le conozco. Me siento en la cama delante de él. No hago nada durante un momento, esperando a que empiece a sentirse mal en su aislamiento. No hago ningún sonido. Su respiración se para con las ganas. Ahí es cuando empiezo yo.
- Abre la boca, digo. Saca la lengua.
Le veo la garganta, rosada, húmeda. Le meto los dedos dentro, echando hacia atrás su lengua, tocándole los carrillos por dentro, haciéndole que le salga la saliva para poder follarle la boca. Cuando mi mano está húmeda, la saco y se la paso por la cara, sigue con los ojos cerrados. Le escupo y se lo restriego también por la cara.
Me pongo detrás de él, y saco una cuerda de mi bolsillo. Le agarro las pelotas y se las ato hasta que la piel rugosa está bien apretada y él está expuesto y vulnerable. Le doy una bofetada, y gruñe. Lo hago otra vez. Le tiro del escroto. Resopla y se cae hacia adelante un poco.
-- Quédate quieto, le digo.
Le aprieto fuerte, le veo que se le empiezan a poner moradas y le vuelvo a dar un golpe en las pelotas. Le digo cómo quiero torturar sus pelotas que están llenas. Ignoro su polla, que está llena de líquido preseminal y huele a sexo. Le doy dos puñetazos rápidamente en los testículos atados y después me pongo de pie. Con mi pie le aprieto las pelotas fuerte contra su cuerpo, y luego le meto una patada. Me encanta el sonido que hace cuando mi cuero duro le golpea su carne. Le doy otra patada y otra más, para ver cuánto aguanta, llegando a su límite, dejándole acostumbrarse al dolor antes de darle más fuerte. Cuando se cae hacia adelante, le pongo en pie encima y me pongo de pie sobre su polla, empotrándosela contra el suelo hasta que me pide que pare. Su polla parece flácida y dolorida. Cruzamos nuestras miradas un momento. Le doy una bofetada y le digo que se concentre. Asiente. Le pongo de rodillas, con las piernas abiertas, las pelotas atadas y le doy otra patada, aplastándole los genitales con fuerza contra su cuerpo y haciéndole caerse delante de mí.
Le aprieto la cara contra el suelo, cerca de mis botas. Está ahí tirado, jadeando. Se acuerda de que debe cerrar los ojos.
-- Abre los ojos otra vez, digo.
Me mira directamente, mientras sus pupilas se acostumbran a la luz. Le oigo inhalar profundamente, oliendo el cuero caliente mezclado con los olores de las calles y de mis pies. Le aprieto el carrillo derecho contra el suelo con la suela, caminando sobre su cara.
-- Límpialas, le digo.
Lame el cuero como un esclavo. Con toda su lengua, eliminando los restos de la calle. Abre la boca para abarcar todo lo máximo posible. Los bordes de la boca se dan de sí alrededor de las líneas de goma de mi suela. Está babeando y restregándose la cara en el escupitajo, degradándose mientras yo le miro. Me gusta ver esa devoción enloquecida por la suciedad en la que he pisado por las calles de Marsella. La próxima vez, reflexiono, me mearé los pies al lado de los contenedores de fuera del hotel donde nos hemos visto y le diré que me limpie las botas.
-- Quítame las botas, le digo.
Me desata los cordones amarillos, tarda mucho y le pongo el pie en la cara preguntándole si lo voy a tener que hacer yo. Me quita una bota, después la otra, y comienza a quitarme los calcetines. Le doy una bofetada.
-- ¿Te he dicho las botas o los calcetines?
-- Botas, Yvan.
Me quito los calcetines yo, los pongo en las botas y las tiro a una esquina de la habitación.
-- Te iba a dejar olerlos. Seguro que te habría gustado, ¿no?
Asiente.
-- Chupa, le digo.
Le doy el pie. Tengo los mejores tatuajes del mundo en los pies. Una obra de Delphine Noiztoy es excepcional. Una franja de motivos asaha difuminándose desde una línea negra que atraviesa todo mi cuerpo, finalizando con puntos en los dedos de los pies, y en el otro pie un iris con un exquisito trabajo puntillista. Su obra es tan buena que hace que mis pies largos y peludos tengan una apariencia delicada. Mis tatuajes son un proyecto sin acabar; cuando me lo pueda permitir, le pediré que me tatúe un brochazo de pintura en los dos pies. Es un placer observarlo tan de cerca, pero sobre todo si eres un esclavo jadeando como este.
Mis pies son sensibles. La piel está dura por el agua fría de las montañas, pero mis pies son fuertes gracias al yoga que he hecho. Se pone un pie delante de la cara y me chupa los dedos gordos como si fuesen una polla. Le veo entrar en el estado en el que me servirá y probará mis pies, siendo mi esclavo. Encontramos el ritmo, mi pie follándole la cara, metiéndole los dedos por la garganta. Le dan arcadas.
-- Chupa, le digo.
Inspira, cierra los ojos y le meto el pie en la boca tanto como puedo.
-- Quiero sentir la parte de la lengua donde cambia la textura y se convierte en la garganta, le digo, doblando el dedo gordo para metérselo más dentro. Cuando le dan arcadas siento cómo se contrae su boca alrededor de mi pie y me llena de saliva. Me pregunto cómo sería hacerle vomitar así.
Me tumbo en la cama. Llevo los chaps de cuero. Me bajo el jockstrap y me saco la polla y las pelotas y me empiezo a tocar. Me encanta que se me ponga dura cuando alguien está mirando, agarrándome la polla hasta que está bien dura y hasta que quiera que le den placer.
- Escupe en mi mano, le digo.
Le digo que escupa otra vez, hasta que hay suficiente saliva para masturbarme con ella, y después vuelvo a meterle el pie en la boca.
Me tumbo y me empiezo a pajear. Cierro los ojos y me dejo llevar. Me concentro en mi polla, pero cuando empieza a ser más intenso, pienso en la sensación de su lengua entre mis dedos.
Está haciendo un buen trabajo. Me siento y miro en el espejo cómo me está chupando los pies. Tengo la polla super dura en mi mano. Las venas están hinchadas. Veo cómo escurre el líquido preseminal. Puedo hacer durar este momento para siempre.
Me vuelvo a tumbar y cierro los ojos y me pongo más cachondo cuando me chupa los dedos. Está obsesionado, esnifando el olor, haciendo ruiditos de excitación al realizar su tarea. Es una sensación genial. Mi polla está gorda y escurriendo por mis dedos. Miro cómo me sale el esperma, cayendo en el vello. Saco el pie de su boca y los dos miramos cómo termina mi orgasmo. La habitación huele a esperma caliente. Suelto la polla de la mano.
-- Lámelo, le digo.
Se acerca y pasa la lengua por la corrida que tengo en los pelos del estómago. Le aprieto la cara, rebozándoselo. Cuando termina le digo que me limpie la polla.
Al levantarme para vestirme, veo en la mesa una copia de Journal du voleur de Jean Genet, abierto por la descripción de Armand cuando se desnuda: "Quand il allait se coucher, l'arrachant de passants de pantalon, Armand faisait claquer sa ceinture de cuir. Elle cravachait une victime invisible, une forme de chair transparente. L'air saignant." Le doy el libro y le digo que lea. Arrodillado en el suelo, con mi corrida secándosele en la cara, lee con voz fuerte y hace que el francés de Genet suene poético, aunque no entiendo una palabra. Me meto el cinturón por las trabillas de los vaqueros.
Me pongo de pie cuando termina el párrafo, me llevo el libro y le dejo arrodillado al lado de la cama donde me ha servido.
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