Problemas fetichistas #15 – ¿Puede una zorra fetichista volver al buen camino?
de
Noticias Recon
02 abril 2019
Otra historia de desventuras fetichistas de un usuario de Recon
Entre algunos de tus amigos te has forjado la reputación de ser una zorra borracha y un poco desastre. No crees que esto sea totalmente incorrecto – lo de zorra está claro – pero bueno, no te importaría demostrarles que están equivocados. Estáis asistiendo a un evento fetichista que dura cuatro días y parece que va a ser la oportunidad perfecta para demostrárselo.
Sabes que, si quieres acabar el fin de semana de una pieza, vas a tener que controlarte.
El jueves es la primera fiesta y lo estás bordando. Te has puesto tu mejor look y estás hablando con todo el mundo. Te tomas dos copas, conoces a gente nueva y después vuelves al hotel y te vas a la cama.
El viernes repites el plan del jueves, pero bebes un poco más, y te morreas con un par de tíos. De todas formas, parece que tienes todo controlado y te siente cada vez más realizado por estar consiguiéndolo.
Te das cuenta de que igual hasta está bien no acabar como una cuba y quizás acabas el fin de semana sin ningún incidente que contar.
Llega el sábado y te pones a beber durante el día con tus amigos. Hace bueno, las conversaciones son interesantes y estás seguro de que te vas a echar la siesta antes de salir por la noche. ¡Todo va bien!
Es por la noche y no te has echado la siesta, pero te sientes descansado. ¡Te has puesto tu nuevo rubber, estás contento y es un finde de fiesta de todas formas! ¡Pfft! ¡Estás QUE TE SALES!
Al ir a tomar algo antes de salir ves a un montón de amigos que conoces, y sería grosero no seguir hablando y bebiendo con ellos. Sientes cómo te entran más ganas. Se te está poniendo ya la cara esa otra vez.
Vas a un club con unos amigos. Te tropiezas un poco con un bordillo, pero la verdad es que ese bordillo ha surgido de la nada.
Dentro del club te das una vuelta y entras al cuarto oscuro un par de veces, ginebra en mano. Encuentras a tus amigos en la pista, y por casualidad, están al lado de un tío con el que te lo has montado antes y que siempre te ha puesto cantidad. Os ponéis a bailar, a morrearos, y os piráis al cuarto oscuro. Dejas las cosas que llevabas en las manos en una repisa, abres la cremallera del culo de tus pantalones cortos de rubber.
Después de un encuentro fantástico, te arreglas y vuelves con tus amigos que se quieren ir al siguiente sitio. No te enteras del rollo, pero te dicen que os vais, y os vais.
Las calles están llenas de tíos vestidos de rubber y las luces son brillantes y cálidas. El camino que debería haber sido solo dos calles se hizo más largo de lo que debería ser.
El siguiente club está igual de lleno de tíos que conoces y de tíos que quieres que te follen, o sea estás que lo petas.
Tienes que enviar un mensaje a un amigo para decirle que os habíais ido a otro sitio. Buscas tu teléfono en tu bolsa. Tu teléfono nuevo. Tu mega teléfono nuevo. No está ahí. Te lo has dejado en el cuarto oscuro.
Vuelves corriendo y tambaleándote al otro club. Llegas a la puerta. Vas a la barra. ¡Y lo han devuelto! Está lleno de lubricante y de una sustancia extraña viscosa que se va quedar pegada a la funda durante días, ¡pero vuelves a tener fe en la humanidad gracias a que han devuelto tu teléfono!
¡Y vuelves al otro club!
Ahora has perdido a tus amigos, pero hay un montón de tíos que conoces. Te das un par de putivueltas y hablas con la gente, y aunque te das cuenta de las miradas divertidas que te echan, aún sigues creyendo que eres graciosos y encantador.
Un tío con el que llevan ligando desde hace un montón de años, pero con el que no te lo has montado aún, está de pie al lado de la pista de baile. Te acercas a él, le das un morreo y le llevas al cuarto oscuro y encuentras una caja en un rincón sobre la que te pones en posición.
Después de que termine, te quedas donde estás y empiezas a montártelo con otros tíos.
Los detalles de lo que haces se empiezan a poner borrosos en este momento, pero te acuerdas de echarte un vistazo a ti mismo en un espejo y, incluso en el estado en el que estás, está claro que tu aspecto está empezando a decaer. De todas formas, te quedas aún un rato y hablas con más gente.
Sabes que te fuiste a con un tío a su casa. Sabes que después volviste al hotel y te encontraste con alguien en el ascensor – que después le dijo a uno de tus compañeros de trabajo que eras una vergüenza para la empresa – y más o menos recuerdas que vinieron un par de tíos más antes de que te pusieses a vomitar en el baño y te acabases desmayando.
Te despiertas a la mañana siguiente y la cabeza te estalla. No enciendes la luz del baño, ya que la luz va a ser criminal. Te preparas y bajas para tomarte un café con tus amigos.
En el ascensor te ves en el espejo y empiezas a darte cuenta de las consecuencias. Llevas pantalones cortos y ves que tus piernas y tus rodillas están llenas de cortes (te acuerdas de que algo te hacía daño en el cubícalo ese que encontraste, y ahora te das cuenta de que te arrodillaste sobre cristales rotos), te pones a inspeccionar el resto y los brazos y los hombros también están llenos de moretones (ni te acuerdas de cómo te los hiciste). Suspiras y te preparas para las preguntas de tus amigos.
Cuando te pones a hacer el recuento de todo lo que hiciste (ah de lo que decides contarles a ellos), uno de tus amigos te pregunta que qué te ha pasado en la cabeza. Te tos y hay una scab enorme justo por encima del comienzo del pelo. Te acuerdas de cuando salías del cuarto oscuro y te diste un golpe contra el muro de ladrillo.
Puede que hayas fracasado en tu intentona de no ser un desastre, pero no puedes decir que no te lo pasaste bien. Te das cuenta de que no puedes luchar contra lo que llevas dentro. Cuanto te deje de doler la cabeza, estás seguro de que recordarás con cariño esa noche, aunque también esperas que nunca jamás aparezca ni una foto de esa noche.
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