IVAN EN EL CUARTO OSCURO: Azotado con una vara
de
Noticias Recon
30 noviembre 2018
Ivan, también conocido como el usuario candiflip, es un historiador académico de la sexualidad. En una serie de artículos va a compartir con nosotros algunos de sus encuentros fetichistas favoritos (en gran detalle), además de educarnos de vez en cuando en todo lo relacionado con la historia del fetichismo. En este artículo, comparte todos los detalles de una sesión intensa de azotes con bastones. Preparaos:
Estoy esperando, exactamente como me dijiste que estuviese. Estoy desnudo, a cuatro patas, frente a la chimenea, con la nariz hacia la alfombra persa. El fuego calienta mi espalda. El olor a ceniza y el sonido de tus botas sobre el suelo de madera son la única conexión que me queda con este mundo al tener los ojos cerrados, esperándote.
Te acercas, me doy cuenta de que me están inspeccionando, aunque al principio no dices nada. Me pongo en la posición que me imagino que tú quieres que tenga, pero el cuero duro de tus botas me separa las rodillas aún más. Mi estómago da un salto. Nunca quiero decepcionarte. "Arquea tu espalda más. Deberías tener el aspecto de desear que yo te toque. Ofrécete a mí."
Estoy totalmente expuesto. Siento los cordones duros de tus botas acariciar mis pelotas suavemente antes de empujar con fuerza y aplastarlas contra mi cuerpo. "No las vas a necesitar hoy," sentencias. Mi respiración es un suspiro inaudible. Siento que se me pone un poco dura con tus palabras; me das una patada en la polla y se me baja.
Me dices que me siente sobre mis rodillas y me agarras la polla y las pelotas con una mano y las atas con una cuerda marrón dura, estirándolas hacia adelante y haciéndome sujetar la cuerda en mi boca. "No querrás que te azote esto por accidente. Que no se te escape de la boca." Cuando me empujas otra vez hacia el suelo, la cuerda se tensa. Poco a poco, se moja con mi saliva al esperar, haciéndome sacar el culo más hacia afuera y hacia ti.
Tu vara me toca por un lado. Estoy alerta, y todo mi ser está concentrado. Estás hablando de mi cuerpo, pero solo estoy escuchándote a medias. Me fijo en mi respiración. Los golpecitos que me das me hacen estar más atento. A veces pican de dolor; otras veces me pillan por sorpresa. Mi piel se despierta para ti.
Cuando me das más fuerte, la vara da un silbido en el aire y se estrella en mis costillas con un ruido sordo. Retrocedo, pero me vuelvo a poner rápidamente en la posición que tú deseas. Cada vez más rápido, me golpeas una y otra vez, a veces con intensidad insistiendo en un punto en particular, otras veces con más fuerza y en varias zonas. No importa donde me des, mi cuerpo existe para que lo uses como desees. Los momentos entre los golpes se hacen más largos. Cada picotazo de los golpes de tu vara termina tan pronto como llega el siguiente. Cuando te detienes para mirarme, mi espalda y mis costados están llenos de marcas rosáceas. "Este casi te rompe la piel," vuelves a sentenciar, señalándolo con la punta de tu vara. Estoy vencido. La cuerda que tengo en la boca está mojada entre mis labios. Me dijiste que no la dejase escapar. Por eso no he gritado.
Me haces ponerme de pie, con las manos a la espalda. Mis costillas están ardiendo. Puedo ver las marcas que se están formando en el espejo. Me ves mirando y me preguntas si me gusta lo que veo. Asiento con la cabeza, ya que sigo sujetándome la polla y las pelotas con la cuerda que está entre mis dientes. La coges y la atas alrededor de mis pelotas. Mi polla está goteando con tanta excitación, con una erección a medias. Me miras fijamente a los ojos y la golpeas fuerte. "Concéntrate en mí," me ordenas. "Esto no es para ti."
Me pasas la vara por la parte delantera de mi cuerpo y me dices que me prepare. Tan pronto como lo terminas de decir, me golpeas el estómago. No es como el frenesí que me despertó antes. Esto es una sesión de azotes deliberada e intensa. Me golpeas dejando grandes marcas rojas. Me agacho un poco con los golpes, preparándome instantáneamente para el siguiente, respirando entre los resoplidos. Casi es peor poder verlo todo. Los músculos de los brazos se tensan cuando me golpeas. Tu mirada es intensa. Todo se centra en ti. Tu vara acaba exactamente dónde quieres que acabe, marcando mi cuerpo con líneas separadas a la misma distancia que se hinchan y palpitan. A veces te detienes y las tocas de forma delicada, haciéndome consciente de lo sensible que está la piel. El dolor se extiende por mi cuerpo como si fuese una droga, llenándome de vida.
Tus dedos se mueven hacia los piercings de mis pezones, y los agarras con fuerza, retorciéndolos y tirando de ellos. "Estos son los siguientes," dices. "No te retuerzas, no te quiero dar en la cara."
El primer golpe me da en el pecho, y no le da al piercing. Un dolor fuerte se expande, llegando a mis pulmones vacíos. El siguiente me da exactamente en el mimo lugar e intensifica el dolor que siento. Colocas la punta de la vara sobre mi pezón. "Esto es lo que quiero," aseveras. Le das golpecitos deliberadamente, con la suficiente fuerza como para hacer sonidos con el metal y la vara. Cada golpecito aumenta con fuerza. Observas mi cara para ver como sufro. "Vas a ceder, ¿verdad?" Muevo mi cabeza afirmativamente, mirándote. Quiero que controles todo lo que te apetezca. Esto es lo único que existe. Con un solo golpe fuerte, me das justo donde quieres, y yo me doblo de dolor. Mi pezón esta hinchado, parece que se va a partir en dos. Lo tocas y yo me doblo de dolor. No hace falta que digas nada. Me enderezo y te dejo que lo toques como quieras. Inspira; espira. Concéntrate. Me pellizcas el otro pezón, tirando fuerte de él, y mirándome a la cara. Me cuesta; intento respirar. Cuando parece que va a ser demasiado, reduces la presión, leyendo mis expresiones para poderme hacer más daño. Cuando lo sueltas, lloriqueo al sentir la pérdida de sensaciones. Me escupes en la cara y me recuerdas donde estoy.
"Pon aquí tus manos," dices, señalando la repisa de la chimenea con la vara. "Hoy has estado bien. Creo que te has ganado 100." Ajustas mi cuerpo como quieres, con el culo hacia atrás y los brazos estirados hacia delante, mi espalda estirada y golpeada. Tus manos me recuerdan cada una de las líneas rojas que me has hecho. Cada línea está caliente e hinchada. Soy el producto de tus deseos. Mi polla está palpitando. Me agarras la polla y las pelotas y las aprietas. Empiezo a excitarme. "Hoy no," diciéndote a mi reacción. "Si quieres placer, disfruta del dolor."
Estas de pie detrás de mí y alineas tu vara con mi nalga derecha, blanca haciendo contraste con el rojo de mi espalda. "Cuenta en tu cabeza. Pero no pierdas la cuenta."
Los primeros diez son rápidos, la vara cantando a través del aire hasta que golpea mi piel. Aguanto la respiración y me tenso al sentir tus azotes. Me dejas recuperarme después de cada serie, observándome todo el rato. Cada vez es como un orgasmo. Me llevas a un punto y después me dejas caer, respirando, sobrecogido, una pequeña muerte. Empieza a ser sexual. Empiezo a querer que me hagas daño. Dejo de preocuparme por mí porque quiero que lo arrases todo. El dolor no es como antes – ahora estoy flotando y cada vez que llenas mi cuerpo con sensaciones, caigo rendido. Me retuerzo como bailando solo por ti. Estoy jadeando y queriéndote. Cuarenta y nueve…cincuenta…cuento en mi cabeza, sosegado.
"Bien," dices, cuando te digo el numero correcto. Te acercas a mí, justo en mi espacio personal. "Me gusta más el otro lado, porque puedo verte la cara cuanto te doy. Hasta hueles diferente. Tu sudor cambia cuando te hago daño."
Tu vara se centra en mi nalga izquierda. Estoy en una ensoñación suspendida, esperando tu crueldad. Me siento como un agujero que espera que lo llenen. Veo que se acerca el final. Siento que todo se va a terminar pronto, y empezará a bajar de la nube, pero aún no estoy preparado. Me junto hacia tu vara. "Mírate, cerdako. Te encanta, ¿verdad?" Esta es la primera pregunta que me haces sobre mí. La expresión de tu cara me dice que te gusta hacerme consciente de la criatura en la que me he convertido por ti. Solo comparto contigo esta parte de mi ser.
Esta vez no empiezas con diez golpes rápidos, sino con veinte. Todo aquello en lo que me apoyaba se desmorona. Me das y me vuelves a dar hasta que casi no puedo ni tenerme de pie, sin saber cuándo vas a parar. Me muevo, y me sigues, incesante. Cada golpe vuelve al sitio donde ha llegado el anterior y siento las lágrimas en mis ojos. Exhalo demasiado pronto y me quedo sin nada en mi interior. Siento como lloriqueo. Pones tu mano sobre mi cara. "Setenta," dices firmemente. "Solo quedan treinta." Mi labio tiembla. Mis ojos están enrojecidos.
Los primeros son muy pequeños. Una parodia de lo que es una paliza de verdad. "Setenta y uno; setenta y dos…" cuentas cada golpecito en voz baja. La diferencia de intensidad es molesta. "Más fuerte," me digo a mí mismo al respirar, pero no lo oyes. Me muevo, y cuento. A veces me das de forma más brutal. "¿Cuál es el número?" preguntas. "setenta y ocho". Los dos siguientes son mucho más intensos.
"Quedan veinte", dices, observando cómo me empiezo a romper en mi interior. "Creo que estos deberían contar de verdad. Agáchate, con el culo hacia fuera." Te echas hacia atrás para observarme.
Siento tu vara en las dos nalgas. El primer golpe da un silbido a través del aire y me da fuerte. Ahora no tienes prisa. Todo está bajo control. "Ochenta y uno," dices. Sigues así. El tiempo entre cada golpe parece alargarse. A veces gimoteo anticipando el próximo golpe. "Ochenta y cuatro…ochenta y cinco." Mi culo está rojo y me arde. Me muerdo el labio y me retuerzo. Cada golpe me hace tener más miedo, pero sigo de pie, dándote mi culo. El dolor es tan intenso ahora que cada vez que levantas el brazo me encojo de miedo. "Noventa y nueve."
El último golpe. Lo haces con calma, no sé cuánto tiempo llevo de pie, con el culo ofrecido, esperándote. El último golpe. Me golpeas con profundidad. El dolor se expande por mi interior – me oigo resoplar como si fuese un animal. No soy capaz de estar de pie. Mis manos llegan a las partes de mi cuerpo y sienten las magulladuras – grandes marcas bajo mis dedos, mi piel dolorida y entumecida. Ya se me está poniendo de color morado. Estas son las marcas alrededor de las que he construido mi identidad. "Gracias," digo con calma, mirando al suelo. Me tocas la cara y me dices que me verás fuera, al sol, cuando yo esté listo para salir.
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