FAWKINK: Ahora me ves, ahora no me ves

FAWKINK: Ahora me ves, ahora no me ves

de Noticias Recon

07 diciembre 2020

He mentido a muchos hombres.

Le doy a me gusta al perfil de alguien en la web, y después ellos me hacen lo mismo. Empiezo una conversación y poco después de unos cuantos comentarios y agradecimientos, a veces en plan niño malcriado, me preguntan si tengo una foto de cara, a lo que yo respondo:

"Qué maleducado, aquí estoy sin capucha"

Pero desde luego, no he perdido mi educación. En vez de eso, finjo una pérdida del habla y de coordinación mientras me pierdo irremediablemente en una tormenta sexual, cuando tengo que esperar tanto como puedo antes de tener que usar mi última carta, la que estaba conservando más: una de mis fotos en las que estoy con un chándal de color gris, tirado en el sofá, con el pelo recién cortado, con una sonrisa irónica en mis labios, y el filtro Valencia realizando el trabajo del Señor.

Mi perfil público de Recon no tiene fotos de cara, ni tampoco en los perfiles en de otras redes sociales. De las palabras que he escrito hasta las fotos super tuneadas que he publicado, se puede entrever el contorno de mi cuerpo y las profundidades de mis depravaciones sexuales, pero mi cara siempre está ausente. Está claro que no soy la única persona que hace esto – no todo el mundo tiene perfiles sin cara, pero sigue siendo muy común el rollo "sin fotos de cara, no hablo". Con la conexión social y sexual cuestionada – la razón de la existencia de Recon – la pregunta sigue siendo: ¿por qué decido ser discreto?

Nunca he mostrado una foto de mi cara en público, ni desde mis primeros comienzos en el mundo del fetichismo, en el pasado, en ese periodo feliz en que habían hecho de la web un gueto compartimentalizado por fetichismos, el mío era el bondage. Me identificaba a mí mismo como heterosexual, la excitación de ver imagen tras imagen de esos cuerpos masculinos contorneados por la cuerda y la cinta adhesiva. Soy lo suficientemente mayor para recordar cuando no todo el mundo tenía teléfonos inteligentes, con los que te puedes hacer una foto medio decente en un espejo lleno de polvo, pudiendo aprovechar esa inconveniencia como una de las razones por las que no se me podía ver la cara, consiguiendo un par de instantes más de fantasía para pajearte. Todo el tiempo mantuve que no solo no pisotearía la trayectoria predefinida de licenciatura-hipoteca-matrimonio, sino que no dejaría ninguna marca de las pruebas de que en ningún momento me había interesado el mundo del látex y de las cuerdas. Solo es una fase, ¿verdad?

El perjuicio potencial que el hecho de que descubran que eres fetichista puede producir en tu vida profesional, y las historias de jefes encontrándose las imágenes de sus empleados – aunque se pueda pensar en los lugares en las que se puede uno encontrar esas imágenes – son suficiente para convencernos a muchos de nosotros para permanecer ocultos. Aquí en el Reino Unido las empresas han dado pasos considerables para la inclusión del colectivo LGBTQ+, el derecho al placer marica tiene sus más y sus menos en lo que se refiere a la imagen que una oficina quiera publicitar, y es el miedo de poner en peligro un futuro glorioso en el gobierno, en la industria del entretenimiento o en el periodismo lo que me hace ocultar mi exhibicionismo, de esta forma mi cara desapareció cuando me inscribí a Recon a los 19 años.

Puede que tener 32 años y tener que ponerse a bien con las realidades sociales que socavan el progreso de la comunidad LBTIQ y de las personas de color sea inusual, pero mis ambiciones de desarrollar una carrera política, o los prestigiosos premios literarios, podrían haber sido atacados de forma salvaje para siempre. Los escándalos que me atemorizaban – un ex resentido pasándole fotos guardadas desde siempre a la prensa, mi torso cubierto de rubber a la vista en las páginas centrales de una publicación, los periodistas haciéndome preguntas sobre mis inclinaciones sexuales y mis opiniones sobre el género – ahora no solo parecen exageradas, sino que son hasta ridículas. No voy a ser famoso.

Suena trágico, pero tengo la suerte suficiente de estar fuera del armario siendo marica y fetichista con casi todos mis compañeros de trabajo, incluyendo los jefes. Puede que no me quede para siempre en el mismo trabajo, pero es poco probable que me encuentre en una posición en el futuro cercano en la que la respetabilidad, o al menos la proyección de respetabilidad sea un obstáculo. Pero a veces no se trata tanto de que determinadas personas descubran lo que hacemos en las sombras, sino que se trata más bien de un aspecto que el fetichismo prioriza más que ninguna otra cosa: el control. Declarar tu identidad a las masas es una pérdida deliberada de la decisión de quién controla, manipula, o lo comparte, y he visto algunas de mis fotos, aunque sean accesibles solo a los usuarios premium, esparcidas por un montón de cuentas de Twitter, que no tienen ni idea de a quién ocultan las diferentes capas de ese rubber. Cuando mi cara sea finalmente visible, independientemente de si la motivación es un calentón, la intriga, el aburrimiento o el chantaje, no podré controlar dónde o cómo aparecen. Es verdad que en esta época histórica la gente comparte demasiadas cosas, y todo este rollo no es diferente de la publicación de fotos de las vacaciones en Instagram, o una meditación política en Twitter, pero la privacidad es más bien un tema de tipo de la propia privacidad, no de grado. ¿Realmente quiero que mi cara cubierta de grafitis y con una mordaza sea tan accesible?

Pero hay una razón más de por qué sigo ocultándome. Si tienes la suficiente experiencia como para tener un perfil con un montón de fotos guarras y una fecha de ''usuario desde'' que deja claro que eres alguien que no está en ''esa'' fase, la primera conclusión que el hecho de no tener fotos de cara provoca es: maldita sea, este tío tiene que ser feo de cojones.

Pienso que no soy feo. Pero no creo que tampoco es que sea especialmente guapo. Como la mayoría de la gente, ha habido un cierto número de hombres que, al ver mi cara, han dicho educadamente que no era su tipo, y otros que se han corrido en mi cara pocos días después. Esta última opción sugiere que puede que atraiga más atención si hiciese mi identidad más pública, que, aunque sea cierto, también me hace cuestionarme por qué debería querer más atención en primer lugar, especialmente si ya tengo pareja y soy feliz.

He aprendido en los últimos años a no implicar demasiado mi autoestima en la frivolidad de los ligues, de los likes o de los retweets, pero es difícil no ver con el rabillo del ojo los números de los demás que no paran de subir y toda la dopamina que deben tener en sus venas ahora mismo. En un mundo que gira en torno a los estándares de la belleza eurocéntrica, mi composición genética no va a poder llegar a ese nivel, un mundo donde el racismo endémico y el rechazo perpetuo define tanto mis interacciones diarias, una parte de mí que no está curada reclama recibir una validación y un deseo procedente de desconocidos. Si ese acto de deseo se puede expresar solo a través de clicks en mis diferentes perfiles, entonces, qué podré hacer una vez que ponga todas las cartas sobre la mesa, tu cara, tu cuerpo y tus fetichismos, todo a la vista, ¿solo para que las masas respondan con un gran bostezo de desinterés colectivo?

La vergüenza opera a un nivel diferente, independientemente del razonamiento. Ya sea porque temes que se descubra que eres fetichista, o porque te consideran demasiado feo para follar, las mismas narrativas de vergüenza, crítica y miedo influencian nuestras decisiones de mostrar o esconder nuestro verdadero yo. Mostrar nuestras caras, sin filtros, sin obstáculos, en una plataforma que está dirigida al sexo como Recon, es como dar el último paso para salir del armario. Pero al igual que lo hacemos cuando declaramos nuestra identidad marica, no soy tan inocente como para sugerir que pases del hecho de tener cuidado y que pongas tus fotos por todas partes. La temeridad no es el antídoto de la vergüenza, menos aún si tu subsistencia y tu felicidad dependen de que mantengas un poco de esa vergüenza.

En cambio, para mí y para los demás que aún deben dar la cara y compartir su identidad, lo que pido es paciencia. Para los que somos nuevos y no sabemos si el fetichismo es lo que buscamos realmente, para aquellos que aún esperan que el mundo acepte que los hombres maricas son seres sexuales al igual que los cis, para aquellos que desean que nuestras definiciones colectivas de belleza se liberen de sus límites racistas, gordofóbicos y paralizantes.

Me gustaría seguir oculto.

De momento.


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