BYRONICPUNK: Masc x Rímel
de
Noticias Recon
15 enero 2021
Danny Thanh Nguyen, alias ByronicPunk, es famoso por sus habilidades con los látigos y los azotes, además de ser escritor de novelas y de ficción. En este momento está trabajando en un libro sobre el fetichismo, la supervivencia y los paralelismos entre la comunidad fetichista y de cuero gay y los refugiados. En este artículo, Danny nos habla de la percepción de la masculinidad dentro del ambiente fetichista.
Para alguien que se supone que es un tío dominante, los sumisos a veces me asustan cantidad.
A veces se ponen en contacto conmigo chicos que, los pobres, están muy rallados con los deseos de que los usen, y me acaban agobiando con una lista de cosas flipante."Quiero que me ates, después poséeme y aféitame todo el cuerpo. Después me puedes azotar hasta que se me ponga el culo rojo y con morados, pero no me dejes marcas. Luego vas a usar mis agujeros como quieras, primero con tu rabo, luego con juguetes, luego rabo, juguetes otra vez. Lo que me pone de verdad en el rollo sumiso es que me pongan un collar de perro, así que eso es lo primero que me vas a hacer."
"Hola," respondo yo. "Lo primero, ¿cómo te llamas? ¿Y cómo has conseguido saltarte la seguridad?" Sus fantasías me hacen sentir como si fuese el propio prisionero de mis negociaciones.
Sin embargo, puedo entender su emoción febril. ¿Cuántos de nosotros nos hemos avergonzado de forma no intencionada delante del tío que nos gusta debido a las hormonas frustradas que están en ebullición hasta llegar al punto de perder los modales? No obstante, al estar al otro lado del espectro que recibe esta energía, pues te intimida y me cuesta recobrar la compostura: está claro que nunca voy a poder convertirme en ese Amo de fantasía que han planificado que sea, entonces, ¿para qué ponerse a intentarlo? La ansiedad que produce todo esto hace que se me encojan los genitales, esa fantasía con la que sueñan ellos no se va a convertir en realidad.
Como me llaman la atención los látigos, otra de las cosas que he experimentado como hombre metido en el mundo del S&M es que me llaman a participar en ciertas actividades y en ciertos espacios gay a horas intempestivas. Una vez fui a una orgía enorme organizada por unos amigos, una pareja que tenía una casa de tres pisos en San Francisco; tenían una relación de co-dependencia con su chichuahua, al que dejaron suelto en medio de la fiesta y que desanimaba a los invitados a que se pusiesen a follar en las camas y en los futones. Ponerse en plan sexy cerca de ese perro era como intentar ponerte a meditar en plan transcendental en el centro de un huracán, y me sorprendí a mi mismo cuando me relajé lo suficiente como para tumbarme en el sofá y dejar que me la chupase un hombre con el que había estado ligando toda la noche. Justo cuando estaba disfrutándolo, sentí la presencia de un tío que nos estaba mirando.
"Hey, ¡tú eres el tío ese de los látigos!" Dijo el extraño, señalando mi cara.
Unos cuantos meses antes, mientras esperábamos en fila fuera de una discoteca, un hombre medio desnudo temblando de frío con un arnés y un jock solo guiña el ojo. Movió la muñeca en el aire, imitando el movimiento que se hace al utilizar un látigo dando un golpe en el aire, e hizo un sonido con la boca. "Te vi el año pasado en el Folsom," me dijo.
No soy tan flipado como para creer ni por un momento que sea famoso —mucho menos en el mundo gay o fetichista. Nunca voy a ganar un premio porno por organizar una orgía de más de 50 personas solo por mi cara, ni tampoco voy a salir en los titulares por envenenar a mi pup con una inyección letal de silicona en sus pelotas. Pero tengo que admitir que hay bastante material flotando en internet en el que le hago cosas bastante fuertes a varios hombres, siempre con su consentimiento, son vídeos que antes de la era Trump pensaba que me impedirían presentarme a unas elecciones. Me hablan de estos vídeos algunos chicos de forma espontánea que me han visto por ahí en los eventos y me hablan de lo que he hecho, de los latigazos que les he dado a mis amigos hasta que sus espaldas parecían hamburguesas. Sacan sus teléfonos y me enseñan las fotos que me han hecho por ahí en los eventos, son imágenes en las que hasta me estoy agachando para llegar mejor al culo de los chicos con los que estaba jugando o estoy agarrándoles del pelo para besarlos mejor y para animarles en el medio de una sesión.
"¡Eres muy fuerte!" Dicen. "¡Muy masculino!"
A lo que yo respondo, "¿Lo soy?"
Una consecuencia de ser dominante es que es que la gente a veces crea que eres más machote de lo que eres realmente. Cuando nos dan solo unas notas de la personalidad de alguien, nos montamos nuestra propia mitología tomando como base lo agresivos que parecen ser los morbos de esa persona. Se da el caso de que sé cómo atar un par de nudos con sogas, pero de repente esperan que me pase las noches atando víctimas al techo como si fuese Spiderman. Han oído decir que tengo una colección de látigos y piensan en piel destrozada y dientes chirriando, y me convierten en una especie de dibujo animado de un Daddy que vive a tiempo completo en una mazmorra llena de ganchos y de cadenas, flexionando los músculos y explotando el chaleco de cuero mientras me fumo un puro, aunque tenga asma y no mida más de 150 cm.
Más que mascuIino, más bien paso por ser masculino — una ilusión accidental de dominación bruta. Hasta cuando me pongo los chaps de cuero y tengo látigos en las dos manos, me siento menos como si fuese un personaje de Tom of Finland y más bien como la Catwoman de Michelle Pfeiffer. Porque la verdad es que: no me considerarían de forma equivocada como Amo supermasculino, si no hubiese sido un niño super femenino.
Todo lo que sé sobre látigos, que en principio son las herramientas más dolorosas que se pueden utilizar en el rollo BDSM, lo aprendí de gracias a ser bailarín. En el instituto, no solo era bailarín—fui el capitán del equipo de guardia de color, que es un arte contemporáneo de competición en el que me formé en ballet, jazz y danza moderna, y ahí aprendí a hacer girar banderas de seda al hacer piruetas y a dar saltos en el suelo. Aprendí una coreografía de giros encadenados al compás de las suites de doble tiempo de Stravinsky, mezclando pliés antes de lanzar mi rifle de madera por los aires. Ese era yo, maquillado con tanta brillantina que hasta una pilingui de Las Vegas habría tenido vergüenza ajena, posando después de abrirme de piernas con la última nota de la canción, con el rímel escurriéndome por la cara mezclado con el sudor. Maricón, es lo que me llamaban los abusones del instituto.
Estaban en lo cierto al llamarme eso en aquel entonces, y estarían en lo cierto si ¬me lo llamasen a día de hoy.
Cuando cojo el mango de una de las palas más grandes para dar azotes, preparándome para dar en el objetivo entre los omóplatos de mi compañero de juegos, el quinceañero que llevo dentro vuelve a resurgir. Esa dancing queen puede que haya cambiado las mallas de ballet por un arnés hecho de la piel de una vaca muerta y con hebillas de metal, pero ella sigue sintiendo el ritmo en sus huesos. Calculo la distancia entre mi chico y yo, midiendo la fuerza para lanzar a través de mi brazo hasta la punta del látigo, con el impulso suficiente como para rasparle la piel, lametazos ligeros al principio, hasta llegar a los latigazos que te hacen gritar, con la gracia controlada que una vez utilicé para hacer girar las banderas y bailar. Estoy bailando otra vez, esta vez con un sumiso—estamos bailando juntos, en el aire, a través de los altos dolorosos y los valles sensuales, transportados por la adrenalina y el momento.
Quiero creer que el cuero y el rollo drag queen son dos caras de la misma moneda, que si rascas la superficie de un hombre de cuero vas a encontrarte a una drag queen. Cuando se visten de drag, una reinona puede que amplifique o pervierta algunos aspectos de la feminidad a causa de la ironía que se busca y del entretenimiento. Las pelucas grandes ayudan, al igual que el maquillaje, a redefinir las facciones de la cara de una persona, junto con unas tetas postizas. El cuero es lo contrario de esto, una representación exagerada de la masculinidad conectada al sexo y al erotismo, diseñando una imagen de macho al igual que se puede hacer con la imagen de punk rebelde o militar disciplinado o motero. Hay una línea muy delgada entre aumentar el tamaño de tu bragueta con un cockring y ponerte unas almohadillas bien grandes en las caderas.
Un amigo mío que es drag queen se quejó una vez del espacio tan pequeño dentro de su armario: "Tengo que vivir con toda la ropa de mi alter ego para poder convertirme en ella," me dijo. Le lleva horas convertirse en esa reinona, maquillarse antes de ponerse trajes muy aparatosos, la misma cantidad de tiempo que me lleva encerar las botas y darle brillo a mi look y preparar el bolso con todos los juguetes sexuales que tengo. Porque en este acto de acicalarse y emperifollarse, los dos participamos en un ritual compartido de transformación. De ponernos nuestra armadura. Con mi arnés y mis chaps, parece que soy más alto, que tengo más confianza en mí mismo y que puedo hacerlo todo — un superhéroe cerdako con poderes sobrenaturales — el arquetipo de fortaleza que otros ven en mí y que a menudo yo no veo en mí mismo.
Cuando me pongo mis looks fetichistas, no creo que me convierta en "un tío diferente" más de lo que me convierto en mi verdadero yo. Creo que tenemos un millón de personalidades que viven en un único cuerpo, y se mezclan y se combinan entre ellas — y que hacemos lo que podemos al darles prioridad a unas y a otras. Creo que el niño tímido que se escondía detrás de la falda de su madre el primer día de colegio aún vive dentro de mí, al igual que vive el quinceañero que se siente como una dancing queen que está empezando a aprender a hacer los estiramientos, así como el daddy dominanate y seguro de sí mismo en el que me estoy convirtiendo.
En ese último caso, es divertido montárselo con él, aunque a veces tenga que convencerle para que salga a la superficie, o tenga que darle permiso para respirar, para que cree su propia versión del infierno. Me gusta ser ese yo, pero al igual que cuando uno se pone un vestido de lentejuelas sobre las almohadillas de espuma, compartir su piel acaba siendo algo agotador. Esa es la razón por la que, al final de una noche de cruising y de juegos hardcore, después de haberle dado su chute, me quito con gusto sus pesadas botas para liberar mis pies cansados. Me libero la polla y las pelotas del cockring de metal que me las había estado aplastando durante las últimas cinco horas, quitándome ese elemento transformador de forma triunfante, y convirtiéndome así en otra versión nueva de mí mismo.
Echa un vistazo al perfil de Recon de Danny, y descubre más sobre él en sus redes sociales a través de los enlaces de abajo.
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